DOBLEPENSAR: El sujeto fragmentado en la era de las pantallas
Por Esteban Mauricio Soria
En la séptima canción del álbum Distópico,
nos encontramos nuevamente con Orwell: “Doblepensar” remite al acto de sostener
simultáneamente dos ideas contradictorias, de aceptar como verdaderas ambos
elementos que se niegan entre sí. Es un concepto central en 1984, utilizado para describir la forma
en que el Partido utiliza la manipulación del lenguaje y la información para
controlar el pensamiento de los ciudadanos. En la canción, esa fractura se traslada al plano
emocional, comunicacional y existencial. Aquí se cruzan el amor y la alienación
digital: y la identidad se desdobla entre voces ajenas, cuerpos replicados y
pantallas encendidas.
Desde el inicio, ya vemos el desdoblamiento de la
identidad. “Decís que ves solo un color, que te hacen siempre lastimar tu voz”,
el diálogo roto al que asistimos es además de ser un reproche volcado sobre sí
mismo, aparece la confusión de otro, pero en la que también el sujeto lírico se
reconoce envuelto. El verso “Te gusta verme lastimar mi ser” es algo que ya
vimos anteriormente en otras canciones: señala casi una dinámica perversa, un
goce en la fractura, basada en la desintegración del vínculo relacional.
La crítica social llega con fuerza en la segunda
parte: “Es esta red el mundo de hoy / Tenés mil cuerpos parecidos a vos / Comprás tu suerte en la televisión / y lo que vistes es mejor que vos”. Aquí el “doblepensar”
se corporiza en la paradoja de una cultura que promueve la individualidad
mientras impone moldes, que promete libertad a través del consumo, pero encerrada
en espejos deformantes. La imagen que evoca “mil cuerpos parecidos” es poderosa:
la singularidad ha sido suplantada por simulacros, por copias sin alma. En este
sentido, la televisión y las redes funcionan como dispositivos alienantes, en los
que las personas al final se sienten más separadas de la realidad y de sus relaciones
personales.
Podemos señalar que acá radica la mirada crítica o la idea central que atraviesa todo el álbum Distópico: es ni más ni menos que un reclamo por las relaciones humanas reales. Todo el disco clama por una revalorización de los vínculos humanos genuinos —ya sea en el amor, en la amistad, en el contacto interpersonal o en la búsqueda auténtica de ser uno mismo—, y toda la dificultad que conlleva sostenerlos a largo plazo —vemos dolor, rupturas, traiciones, falta de amor y empatía— en una era donde los sujetos están tan mediados y las relaciones interpersonales, en términos de Zygmunt Bauman, son tan líquidas.
Ante este problema del que es consciente el yo
lírico ve una salida: “Tener un sueño es tener tu voz”, “Es escaparse en la
imaginación a un mundo nuevo parecido a vos”. La imaginación o el arte —posiblemente
la única herramienta subversiva que queda— parece el refugio ante esa realidad tan corroída. Pero incluso esa escapatoria se ve contradictoria, porque
el mundo “parecido a vos” puede ser tanto un anhelo genuino como otra trampa de
la mente alienada, y ahí vemos el “doblepensar” funcionando nuevamente.
El estribillo, con su repetición de “Tal vez hoy…”, el sujeto lírico oscila entre resignación y empoderamiento, una ambigüedad que también vimos en varias letras del álbum. "Tal vez" es una duda, no una afirmación. Lo que se intenta olvidar, se recuerda al decirlo: “tal vez hoy logre ser feliz sin tu voz, tal vez hoy sabré subsistir sin tu amor”. Es el “doblepensar” emocional en estado puro: querer olvidar mientras aún se recuerda, querer liberarse sin dejar de aferrarse.
En el universo conceptual de álbum, “Doblepensar” refuerza una de sus críticas más perspicaces: la dificultad de encontrar autenticidad emocional en un mundo saturado de imágenes, mercantilismo y pantallas. En esta distopía de la que parece no haber escapatoria, hay una mordaz insistencia por nombrar lo que nos hace seguir siendo humanos.