MELANCOLÍA EN FALTA: La tristeza desenraizada
Por Esteban Mauricio Soria
Hay canciones que no necesitan gritar para ser
profundamente trágicas. “Melancolía en falta”, el sexto tema del álbum Distópico
de Nahuel Martín Castro es una balada pop que se mueve con una atmósfera devastadora.
No hay una tristeza teatral o melodramática, sino una sin ímpetu, como si el
alma misma estuviera desgastada y no pudiera ya ni siquiera sentir el dolor. Aquí
la distopía no es una ciudad ni un ministerio; es algo más íntimo: la
imposibilidad de sentir de verdad.
La imagen inicial de la canción ya plantea un
fracaso del crecimiento, una imposibilidad de florecer: “Tu fantasía de mirar
que las semillas crezcan / soñando un clima que no está en estos cuatro seres”.
No es que falte la semilla, sino el clima, es decir, las condiciones necesarias para que
algo crezca. Y se trata de un clima emocional: la incapacidad de un vínculo
para gestar futuro. "Estos cuatro seres" parece referirse a personas
atrapadas en su ciclo, sin posibilidad de nutrirse mutuamente. Ese entorno
humano, emocional, está corroído, está desértico. Todo se desliza hacia lo
árido, hacia la falta. Incluso la melancolía, esa vieja amiga del arte, aparece
en déficit: ya no alcanza para nombrar el vacío.
La serie de preguntas que se hace el yo
poético a lo largo de la canción no esperan respuestas. “¿Si mis hojas no te
van qué pensás hacer con vos? / ¿A quién le puedo preguntar bajo esta cruel
mirada? / ¿Adónde va tu vida cuando no sabés quién sos?” El yo no pregunta para
construir diálogo, sino para desarmarse en su propia carencia. Es una crisis
de sentido, de dirección, de raíz. Ya no hay alma para dar, y sin capacidad de sentir no hay
sostén simbólico.
“Una sola herida nos ahoga este placer”, esa
frase condensa el conflicto de la canción: el goce está contaminado, cualquier
intento de disfrute se ve aplastado por un dolor no resuelto. Pero el dolor se
repite en un reclamo repetido: “Pedir de más, hablar de más, cargar de miedo a
los demás” dice la voz, como señalando una coreografía tóxica compartida, donde
cada quien proyecta sus carencias en el otro.
Musicalmente, la canción alimenta esta
atmósfera de vacío y estancamiento emocional con una delicada sensibilidad
artística. Las guitarras limpias, los teclados sostenidos y la voz sin melodrama
construyen con maestría ese paisaje sonoro gris, una marcha interna de
resignación desolada. Esa elección estética es, en sí misma, muy poderosa: la
intención artística no busca conmover por intensidad, sino por verdad
emocional. Es algo profundamente bello y conmovedor.
Hacia el final, la conclusión es devastadora:
“Melancolía en falta, melancolía falta en vos, en mí y vos así no estás más”.
La insistencia revela una melancolía vacía, donde el individuo queda estancado.
La distopía está en no poder siquiera sentir con profundidad, es un reclamo
hacia la sociedad: hay un desierto afectivo en el que solo queda ruido, carga y cansancio. La repetición final funciona como si el yo intentara convencer(se)
de que aún queda algo de emoción en lo que se ha convertido el vínculo: pero es
un imposible, porque hay una tierra que ya
no puede florecer.
Y en este paisaje árido, “Melancolía en falta” se planta como una flor imposible. La distopía de esta canción no es tecnológica ni futurista, sino afectiva: un mundo donde el dolor ya no construye sentido y el amor no encuentra forma de echar raíces.