Por Esteban Mauricio Soria
Desde sus inicios, la música no solo ha servido para entretener o
emocionar, sino también para cuestionar(se). En los márgenes del sistema, han nacido
géneros musicales como el punk y el noise, construidos sobre el principio
fundamental de la resistencia. En ese linaje rebelde, Steve Lieberman —alias The
Gangsta Rabbi— encuentra su hogar. Su obra es el extremo lógico de esta
tradición: un punk noise saturado de distorsión y caos.
El noise
como género musical se originó en el siglo XX con el futurismo italiano y los
experimentos de artistas como Luigi Russolo, que reivindicaban los sonidos
industriales y mecánicos como material artístico. A finales del siglo, con
bandas como Throbbing Gristle, Merzbow, Whitehouse o Wolf Eyes, el noise se
consolidó como un género experimental que tomaba la saturación, la
retroalimentación, los acoples, los errores de grabación y la distorsión como elementos
fundamentales. En contraposición a la música comercial, el noise propone una
experiencia que incomoda: es el sonido del sistema descomponiéndose.
El punk,
nacido en los años 70 en respuesta al estancamiento del rock progresivo y al
clima político opresivo, propuso un retorno a lo básico. Bandas como The
Ramones, The Sex Pistols y Dead Kennedys convirtieron la música en un vehículo
de protesta. Pero más allá de su sonido crudo, el punk fue una actitud: un hazlo
vos mismo, un no necesito ser virtuoso para tener voz. Fue también
una estética: provocación, ruido, desorden.
Steve
Lieberman recoge todos estos elementos, y los lleva al extremo. Su música es
una colisión de punk, thrash, noise, música judía, jazz militar y una performance
radical. En sus discos —más de 70 editados en la más absoluta independencia—
toca todos los instrumentos, graba en baja fidelidad, mezcla y
convierte cada tema en una pared sonora de disonancia, caos y saturación.
STEVE LIEBERMAN THE GANGSTA RABBI · I'm Going Home (Entr'acte 206)
Lo
interesante en Lieberman es que no sólo es un artista noise: es un outsider en
múltiples planos. Judío observante, fundador de una secta minoritaria (The
Bad’lanim), marginado del circuito musical, productor de canciones de 30
minutos o más, su figura encarna el cruce entre un minoría religiosa, una disidencia
estética y marginalidad cultural.
Lo que une
al punk, al noise y a la obra de Lieberman es la negación activa del orden.
Mientras que la música pop busca armonía, belleza y consumo rápido, el noise y
el punk buscan perturbar, cuestionar, sacudir. Y ahí está su arte: en convertir
el caos en forma, el desorden en lenguaje.
En una cultura obsesionada con el control, el orden y la optimización, en Lieberman el caos también puede ser arte. Y resistir es seguir haciendo ruido.